lunes, 2 de abril de 2007

ESTAMPA: Chitóbal llega a la fiesta

Por Jorge A. Chávez Silva, Charro
Entre los deportes que se practican en Celendín hay uno que tiene perfiles propios y muchos cultores. Este deporte es el paracaidismo. No aquél en que uno se tira desde un avión en vuelo, sino el otro, ése que sabemos.

El estilo es el hombre...
En la práctica de este deporte uno se juega la honra y a veces la cabeza. Hace falta una gran dosis de ingenio y desparpajo para no caer en lo vulgar. El que carezca de estos ingredientes, sea hidalgo y espere tranquilo en casa a que la buenaventura o el buen humor de la gente lo invite a una fiesta.
-¿Fiesta? ¿qué fiesta?
Si, amigos. El paracaidismo en Celendín, en la China y en la Cochinchina es el arte de caer en una fiesta a la cual uno, por olvido involuntario del dueño de casa, no ha sido invitado.
La realización de una fiesta, cualquiera sea el motivo: boda, cumpleaños, botaluto, bautizo, landaruto, etc., atrae a una plaga de paracaidistas, que usando diversos métodos y estilos, tratan de participar en la alegría como dé lugar. Para colmo, un paracaidista nunca va solo. Pese a no ser invitado, se da el lujo de ser dispendioso llevando a uno o más amigos.
De este modo la fiesta se ve atiborrada de gente, que se divierte a costa del dueño de casa. Como para toda plaga existe un remedio, también los paracaidistas tienen un antídoto, generalmente un señor maduro, con fama de tener malas pulgas, quien, oficiosamente, se ofrece echar de patitas a la calle a todos los zampones.
-No se preocupe, comadrita, de los paracaidistas me encargo yo- decía don Carlitos Cúneo, golpeándose ufano el pecho.
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Existen diversas maneras de aterrizar en una fiesta:
Hay algunos vergonzantes que, como gallinazos, llegan a las inmediaciones y husmean el ambiente. Asomando la cabeza por sobre los demás tratan de captar la atención de algún conocido para que lo haga entrar, para mala suerte, éste, que baila con una bella señorita, se hace el inglés.
Fracasada esta estrategia, va directo al abordaje introduciéndose poco a poco, a empujones, hasta que ya está con un pie en el salón y acompaña a la música con sonoras palmadas y hasta entona un –“¡Voy a ella ¡”- ruidoso y así continua hasta que algún compadecido le pasa la botella. Bebe con avidez, luego se aventura a bailar y…¡Ya se coló en la fiesta!
Algunos afortunados tienen lindas primas o hermanas, que de cajón están invitadas y por condición de la celosa madre llegan como chaperones. Otros llegan con los instrumentos de la orquesta, acomodan los atriles de los maestros para después confundirse entre los invitados y aún hay otros, más campechanos, llegan con su botella de licor y asumen que no han sido invitados porque:
-“Al cumpleaños y al velorio no se invita, se llega nomás”
Toda esta ralea de paracaidistas, carecen de estilo y, tarde o temprano, caen bajo el ojo avizor del don Carlitos de turno, quien, palmeándolos el hombro, los interpela:
-¿Su tarjeta de invitación, jovencito?
El interpelado, rojo de humillación, tiene que hacer sentido abandono, mascullando maldiciones contra la tacañez del dueño de casa y la impertinencia de don Carlitos que siempre se metía donde no lo llamaban.
Entre todos, en honor a la verdad, el que se lleva la palma por su estilo pleno de ingenio es nuestro amigo Juan Cristóbal, más conocido como “Chito”, dueño de una clase verdaderamente excepcional.
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La gran fiesta celebrada por los setenta abriles de doña Eduviges en que pagaron tributo en masa todos los plumíferos del corral y los roedores del cuyero, estaba en su apogeo. Lindas damas y elegantes caballeros evolucionaban rítmicamente a los sones de la orquesta del maestro César Cruz.
Los paracaidistas que casi llevan a la debacle al baile, fueron literalmente barridos del mapa por la eficacia de Don Carlitos. Los familiares y amigos departían alegremente, los brindis menudeaban y se danzaba al compás de los ritmos de moda: desde el anglosajón rock, hasta las tropicales cumbias, pasando por uno que otro chichazo.
De pronto, abriéndose paso entre los circundantes, aparece en la puerta, algo picado y sonriente, el gran Cristóbal, quién con el aplomo de un tenor, inquiere a voz en cuello:
-¿DONDE ESTÁ MI VIEJA…QUÉ ES DE ESA MI VIEJA?
La tal vieja, la dueña del santo, el pretexto de la farra, extrañamente, estaba arrumada en la cocina como un trasto inservible. Al oírse llamar, se apersona en la sala, llena de sonrojo se adelanta a recibir el cálido y efusivo abrazo de nuestro amigo “Chito”.
-¡AQUÍ ESTA MI VIEJA!- retumba, triunfante, la poderosa voz, y mirando indistintamente a ambos lados, pide:
-¿QUIÉN ME ALCANZA UN VASO PARA BRINDAR CON MI VIEJA?
De inmediato aparecen, como por arte de magia, varias botellas y vasos en sus manos.
-¡A VER, VIEJITA, DIME SALUD! ¡QUE VIVA EL CUMPLEAÑOS, IMBECHILONES!
-¡Qué vivaaaaa!- corean todos con entusiasmo (grandes aplausos)
Llevando del brazo a la anciana, Juan Cristóbal se dirige al maestro de la orquesta, a quien conmina, arrogante:
-¡CRUZ, TÓCAME UNA MARINERA PARA BAILAR CON ESTA MI VIEJA!
El maestro, que había estado afinando sus instrumentos para atacar un ritmo tropical, replicó:
-Un momentito, mi querido Chito… la señorita me ha pedido una cumbia…
Como una tormenta estalla la estentórea voz de Cristóbal:
-¡NADA SEÑOR… NO INTERESA… TÚ ME TOCAS UNA MARINERA Y… P U N T O!
Sin alternativa, el maestro atacó los sones de la “Conch’ e perla” y, en medio de los aplausos del respetable, se ve a nuestro Chito rasqueteando el suelo y blandiendo el pañuelo por arriba y por abajo y …¡dale!...¡echa!... ¡voy a ella, que todavía lo hace!
A continuación vino el huayno y por último el silulo, hasta que por fin, sudoroso y cansado, pero triunfante, nuestro Cristóbal recibe el cariño de los presentes expresado en muchas botellas de cerveza y -¡salú! ¡salú!-, todos brindan con él.
Los dueños de casa lo llaman aparte, lo conducen a la cocina, y le sirven pulido plato de arroz con papa picante y un cuy entero, frito y sonriente encima. ¡Dignísimo homenaje que no ha recibido nadie en la fiesta!
-¡QUE BESTIA, COMIDAZA! ¡REGALAME TU AJI, VIEJITA!- pide con toda confianza, mientras mastica.
Cuando termina con la montaña que le sirvieron, pide un jarro de chicha para matar al ají y luego vuelve a la sala, en donde baila, enamora y se divierte hasta el amanecer. Al despuntar el alba, se reconstruye con un poderoso caldo de cabeza y luego, dos familiares de la santa lo llevan en “guandush” hasta la puerta de su casa.
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El verdadero termómetro del éxito de un paracaidista se mide en los comentarios del día siguiente en que todos los familiares, durante el desayuno-almuerzo, comentan:
-¿Vieron al sinvergüenza del hijo de don Termópilo?, por más que lo botaban, no quería salir el muy conchudo.
En cambio para el estilista Cristóbal:
-¡Qué simpático el joven Cristóbal, hasta lo hizo bailar a la vieja, lo que ni sus hijos se acordaron, carajo! ¿QUIEN SE OLVIDO DE INVITARLO A LA FIESTA?
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