viernes, 30 de noviembre de 2007

NASHERÍAS: ¡Qué tal nombre me pusiste!

Por Crispín Piritaño
Celendín
El amigo Manuel P. Sánchez, guardaba en secreto el significado de la P. que se intercala en su nombre. Por más que indagué entre la tribu de amigos no supe el significado de la inicial, pero, más tarda en darse vuelta el cazador que en saltar la liebre. Una tarde en que me invitó a tomar un café en su palacio ducal de San Isidro, leí en su Título de Profesor, de esos que rezan “A nombre de la Nación... ”, el nombre completo: Manuel Próspero Sánchez. No pude menos que reír ante tan peregrino nombre.
-Fíjate, pues, hermano – me dijo a modo de disculpa- los padres parece que vengaran sus frustraciones en el momento de ponernos nombres ¿cómo le van a poner Próspero a un pobre de solemnidad como yo, que no tengo en donde caerme muerto? A otro amigo le han puesto Fructuoso y es urua de nacimiento. Mi vecina se llama Beldad y es tan fea que cuando la miras de improviso tienen que curarte del espanto. Tengo un primo que se llama Gastón y es un avaro irreverente, y por el estilo te podría mencionar muchos casos de agresión paterna.
-Tienes razón, no me había puesto a pensar en el asunto. Evidentemente hay mucha gente descontenta con su nombre. Por mi parte tengo dos sobrinos. Uno se llama Baltasar Antiportalatino y su hermana Enoé Mayguarida.
-Imagínate, si es para no salir de casa de la vergüenza, hermano.
- Si, pues, pero ¿qué se puede hacer para remediar el asunto?
-Fácil, hermano –me contestó- Para que todos estemos contentos con nuestro nombre, debemos escogerlo nosotros mismos. Ya que eso no es posible al momento de nacer, porque hay que cumplir con la formalidad de registrarnos en la municipalidad, etc., deben ponernos un número de acuerdo al orden en que nacemos. Así, por ejemplo: Uno Núñez García, Dos Núñez García y así sucesivamente. Cuando cumples los quince años te puedes poner el nombre que quieras: Jhonny, Pancracio, Pánfilo, Circuncisión, o lo que quieras y así nadie tendría que avergonzarse de cómo se llame.
-Tienes razón, esa sería una buena salida.
-Claro, cuando vas a estudiar te matriculan con el mismo orden y nadie se sentiría ofendido, ni avergonzado al momento de llamar lista... -de improviso se puso a meditar sobre el asunto y agregó- ¿cómo sería la conversación de las mamás en el mercado, no? ¿y cómo pué está tu Uno? Diría la una. Muy bien- contestaría la otra- la que está malita con los bronquios es mi Cinco.
Inciamos una larga y jocosa dilación acerca de las situaciones que podrían darse, dado el caso de que en Celendín todos somos familiares y se darían muchas homonimias. Podrían aparecer muchos Dos Marín Pérez o varios Tres Díaz Sánchez. Habría que recurrir al apelativo familiar para diferenciarlos y entonces la referencia podría ser así: Uno, “Shatuco”, Chávez Chávez, Dos, “Copocho”, Díaz Díaz, Cuatro, “Trolita”, Chávez Sánchez y solucionado el asunto.
Sacamos una nueva lista de ciudadanos que era para morirse de risa. Al cabo el amigo Sánchez pregunta:
-¿Y cómo nos llorarían si hubiésemos muerto antes de usar la prerrogativa de ponernos nombre, no?
-¡Ayayayay..., pobrecito mi Dos... Se fue pué, el pobrecito, y tan buenito que era... Ayayay... Tan acomedido que era, pué... . Pobrecito mi Dos... Se irá pué derechito al cielo, tan bueno que era en su estudio... pobrecito mi Dos!

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