sábado, 3 de mayo de 2008

ESTAMPA: Una de sastres

Por Jorge A. Chávez Silva, “Charro”
En los tiempos de Ñangué, en que no había secundaria en Celendín, sólo los más pudientes enviaban a sus hijos a San Ramón de Cajamarca, a muchos jóvenes no les quedó más alternativa que aprender un oficio, o irse a la Guardia Civil.

En mi tierra no hay trabajo,
ni siquiera de albañil,
para que no me digan vago,

me voy de guardia civil.

Por ese tiempo, los talleres de los artesanos eran la escuela de la vida, allí se reunían, además de los aprendices, estudiantes, desocupados y cualquier prójimo que tuviera tiempo de pasar un rato de solaz y buen humor.
Allí menudeaban los chismes, los sobrenombres, las sátiras, las caricaturas y cuanto disparate pudo crear el ingenio shilico.

Ahora que terminaste tu primaria, hijo
tienes que aprender un oficio
pues no consigue mujer bonita
quien no tiene oficio ni beneficio.


¿Quiéres ser herrero, o sastre? ¿sastre? Muy bien, hoy mismo voy a hablarle al Romualdo para que entres como aprendiz en su taller.
Y allá iba el futuro sastre, dispuesto a darle a la tijera, al hilo, a la aguja, a aplicarse en el pespunte, en el hilván, en el torzal, ABC del sastre y, desde luego, en la jerigonza y agudezas propias del oficio.
Había oficios para todos los gustos: zapatero, carpintero, herrero, sastre, peluquero, talabartero, albañil, enfrenador de sombreros, pintor y, con un poco de luces, hasta se podía aspirar a escribano o picapleitos.
El humor celendino bautizaba a sus artesanos con diversos sobrenombres con los cuales se los ubicaba con más certeza.

-¿No conoce usted, por casualidad, el taller de los Chávez?
-¿Chávez..., qué Chávez?
-Esos que les dicen los trolitas.
-Ah, pues, por ahí debió empezar, su taller qu
eda junto a la Purísima.

Todos los talleres tenían mucho en común: el olor a acetato chamuscado, las máquinas de coser “Singer” con castillo de rana, la gran mesa de cortar, los caballetes con sus almohadillas, el potecito de agua con su "muchacho" de trapo, los cortes de tela colgando como telón de fondo, los infaltables almanaques con las glamorosas pinups de Gil Elvgren de los años cincuenta, las bancas para los clientes y habitués, el elegante y acartonado maniquí, las tizas planas y triangulares, las reglas de trazar, y entre los fierros, las grandes tijeras de cortar y la famosa plancha marca “gallo” sobre artesonado pisaplancha.
En ese tiempo no existían los jeans, ni la ropa cosida en serie. La elegancia era una manera de ser y de sentir, cualquier shilico que en algo se estimara, vestía a la última moda de Lima o Buenos Aires y tenía un sastre de su preferencia, aquél que lograba para él, el mejor cruce en el saco y el perfecto botapié para que se apreciara el brillo de los zapatos.

"Don Pancho Plototoj", por "Charro.

Celendín tuvo muchos sastres, para elegir, en cualquier barrio de la ciudad. Estaban los señores Pedro Santos Sánchez, Tobías Cachay, Napoleón Montoya, los mencionados “Trolitas”: Alberto, Antonio, Nelson, Idelso y el famoso “Cabo”, Idelso Rojas, Celestino Díaz, el “Toro” Félix Pinedo, Rodolfo Gil Collantes, “Gillcoll”, Humberto Merino, Romualdo Muñoz, Maximino Rojas, Absalón Chávez, Avelino Cotrina, Carlos Cachay, el “sordo” Alfredo, Rafael Rocha, el Cojal, el “Ñato” Renán de La Breña, los Churgapes, Teófilo Chávez Pereyra, don Francisco Díaz Rocha, más conocido como “Plototoj” y, por supuesto, mi padre Antonio, “El Charro”. Mil perdones si olvido a algunos artesanos de la cinta métrica al cuello pero, siempre, la memoria es ingrata.
En esa rivalidad entre los del gremio, los hijos jugábamos un partido aparte: todos los domingos teníamos que ir muy temprano a la entrada del Cumbe, hoy desaparecida por el avance urbano que han convertido a las calles de San Cayetano y el Cumbe en los intestinos delgado y grueso, respectivamente, de Celendín.
En esa entrada, repito, confluían los caminos que llegaban de los distritos y caseríos del oeste. Allí esperábamos a los campesinos que traían el carbón para las planchas, tenía que ser de lanche. Comprometíamos al carbonero, lo encaminábamos al taller y con las mismas a regresar por otro. En esa explanada en donde se jugaban los partidos de fútbol entre solteros y casados, había una cantina de medio pelo, de esas de rompe y raja y chicha retumbada. Allí tomaban la del estribo los campesinos que se encontraban de tiempos y allí vimos como las rivalidades por tal o cual circunstancia de la vida las resolvían a machetazos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Asì como nos cansa del abuso de nuestras autoridades y de gente ignorante que lamentablemente hoy es la que campea en nuestra ciudad haciendo impunemente lo que quiere con el hornato, la moral, la cultura, la educacion, etc. lo que a mì ya me cansò hace muicho tiempo tambièn es que entre nosotros nos engañamos con una asombrosa hipocresìa y demagogia y nos razgamos las vestiduras diciendo que queremos mucho a"Nuestro Celenndin" si cuando fuimos autoridades no hicimos nada , al contrario le causamos mucho daño como fue el caso de Alvaro Bazàn cuando fue jefe de las COORDEs e hizo esa pèsima construcciòn del colegio "Pierola Castro" Ex INA 38 y èl sabe mejor que nadie a que me refiero porque la partida estaba para que se construya un buen local de material noble y lo hizo de adobe y mal hecho;con obscuros pasadizos ventanas pequeñas , en fin,y porque el tiempo lo dira cuando haya un remezòn de regular intensidad y que Dios no lo permita en momentos que estè lleno de alumnos ¿Nos acordaremos de èste señor Alvaro Bazàn, por èste gran favor? como nuestrta amnesia es grande seguro que ya no.Asì que a èstas alturas las viruelas no lo creo;pero nunca es tarde para reinvindicarse señor Alvaro y si es por "Nuestro Celendìn con mayor razòn.Otro dìa hablamos de las elecciones municipales en que "Alvarito"partiò a nuestro partido aprista en dos.

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