martes, 22 de julio de 2008

ESTAMPA: El día del desfile

Por Jorge A. Chávez Silva, “Charro”
Desfilar por fiestas patrias en Celendín era un asunto de vida o muerte. La rivalidad entre escuelas y colegios era enconada. Que si el 81 o el 85, que si el 89 o el 82, que si el Javier Prado o el Agropecuario... Y luego estaban las Carmelas, que también entraron a terciar. Todos los ansiosos espectadores tenían sus preferidos y, por verlos, desde la víspera, dormían en el atrio de la iglesia en sus bancas colocadas en primera fila.
Casi todo el mes de julio la pasábamos en ensayos. Había algunos chúcaros que eran incapaces de coordinar sus movimientos y eran la nota disonante entre la uniformidad. El batallón avanzaba por el empedrado de la calle y se escuchaba el ¡pram! ¡pram! acompasado. A los maestros se les ponían los pelos de punta cuando escuchaban de pronto el tálaj, tálaj de algún desorejado que no entendía que el golpe del bombo era para el pie izquierdo.

El gran desfile de 1963. Foto cortesía del prof. Javier Chávez Silva.
El 28 todo era movimiento en las calles, que faltó la escarapela, los galones, betún para el calzado, la insignia, el disco de la cristina, o ¡que sé yo! Las mamás preocupadas corrían de un lado a otro para remediar el último detalle. Los maestros se miraban por última vez ante el espejo antes de ir al magno evento.
Ya en formación frente a la escuela, la banda de guerra ensayando desordenadamente, las últimas recomendaciones del director: que si habremos tomado buen desayuno para aguantar, que hay que dejar el alma cuando pasáramos por la tribuna, que no nos puede vencer la escuela rival. ¡De ninguna manera nos puede ganar el 81 potroso!
Los maestros daban los últimos toques a la formación colocando en la columna del centro a los descalzos y a los enzapatados en los flancos. Todo al parecer estaba listo. Una última mirada y de repente caían en cuenta que había algunos ralitos que podían desmayarse en los emplazamientos previos al desfile.
-A estos enclenques hay que ishanarlos, les va a dar váguido.
Y así eliminaban a los flaquitos: al Miguicho, al Patico, a los Capachos y al Clavi. Los pobres, además de ser desembarcados a último momento, sufrían el vejamen de ser despojados de las prendas que les faltaban a los otros. Les quitaban la insignia, la cristina, la corbata , los galones y hasta la correa. En ese tiempo no se hablaba de autoestima. Hoy, al profesor que incurre en eso lo fusilan por mutilar el perfil del alumno.
Los pobres defenestrados no se resignaban y seguían por la vereda el mismo paso de sus compañeros, marchando… marchando… y uno, dos…y uno, dos…

****
Estaba en el medio del batallón volteando la esquina para pasar frente a la tribuna oficial y no sabría decir si fue la elegancia de las autoridades, la belleza maquillada de las damas con cartera, la voz chillona del locutor oficial resumiendo la gloriosa historia de la escuela, la ansiedad de los ojos del público espectador, la angustia reflejada en el rostro de mi madre, el espléndido sol que parecía alegrarse por el aniversario de la independencia, el cielo eternamente azul, los cachetes vibrantes del gordo que marchaba a mi lado o los cohetecillos que empezaron a sonar previo a nuestro paso…
No lo supe nunca, pero justo cuando pasaba por la tribuna, todo se hizo nebuloso y empecé a marchar en un sueño del que no quise despertar jamás.

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