miércoles, 4 de agosto de 2010

PEQUEÑA HISTORIA: De chapas y chaplines

Por Jorge A. Chávez Silva, “Charro”
El shilico es un tipo ingenioso, imaginativo, de salidas insospechadas y sobre todo un gran filósofo de la vida que supo alternar momentos de trabajo con la contraparte de diversión. Su espíritu vivaz lo llevó a tomar la vida un poco en broma, burlándose elegantemente del prójimo o de situaciones a través de la caricatura hablada, en cristiano, chapa o chaplín.

"Gallo carioco que lo han traído de España..."

A través de todas las épocas de su historia Celendín ha tenido tipos ingeniosos que hicieron del sobrenombre un arte excelso, en el amplio sentido de la palabra, sin caer jamás en la procacidad, ni en vulgaridades que lo convertirían en injuria. Hablar por ejemplo del taller de sastrería de los hermanos Chávez Sánchez, más conocidos como “Los cumpas”, era hablar de una catedral de la risa, lo mismo puede decirse del “Toro” Félix, de Lucho “Peinado”, de Mime y otros ingeniosos que hicieron célebres algunos sobrenombres.
Pero entre todos estos gigantes del humor hubo uno que se llevaba la palma, ése era don Osías Agustí Merino, el “gringo Osías”, que además de tenor, era incomparable en sus chapas, finas metáforas que signaban a sus “víctimas”. Son famosos sus sobrenombres: “Loro de layo” a don Manuel Zárate; “Misho sucio”, a don Marciano Aliaga, “Perro’e pitera”, al ñato Humberto Merino; “Mono’e plástico”, al padre Mundaca; “Muerto risueño” a Rafael Sánchez Aliaga; “Cordero muelón” a Mime; “Grillo cojo” a don Arístides Merino; “Cantaro toro” a don Wilfredo Merino y muchas otras que sería largo enumerar.
Era don Osías amigo íntimo y compadre de mi padre y ambos andaban de brazo por las calles a la caza de bichos para reírse a sus costillas. Era cómica la pareja dispareja que hacían, el gringo era alto y colorado y mi padre bajo y moreno. Una tarde pasaban de esa guisa frente al taller de los cumpas. Nada más fue pasar y la explosión de risas que manaba del taller.
-Nos jodieron, cumpita, vamos a ver que fue.
-A ver, suéltenla, ¿Cuál fue la chapa?- preguntó el gringo.
-Nada, gringuito –dijo Alberto, el mayor de los hermanos–, dijeron que por allí pasaba doña Constanza con su cántaro (gran explosión de risas).
Era la tal señora una dama, alta y colorada, con fama gratuita de bruja, así que imagínensela preparando algún brebaje en su cántaro…
Ambos, el gringo Osías y mi padre, acuñaron el término “Nasho” para designar al celendino ingenioso, de salidas gráciles e impensadas, y al café que elaboraban con espíritu de alquimistas lo denominaron también Café nasho. Por extensión, “nashería” pasó a ser una travesura ingeniosa. Muy diferente era para ellos el término “nashaco”, que significaba exactamente lo contrario.
Todo el mundo quería tener una chapa del gringo y uno de los más empeñosos era don Celestino Aliaga.
-¿Cuándo me pones una chapa, gringo? -insistía.
Y la chapa parecía no llegar nunca. Pero en donde menos se piensa salta la liebre. Un mediodía abandonaban los compadres la tienda de don César Chocho, era la hora del almuerzo, sagrada por entonces y cuando el comerciante se aprestaba a guardar la tabla en donde exhibía las herramientas, se fijó en la alegoría de marca de la lampa y le dijo a mi padre:
-Él es, ¿diga, cumpita?
Mi padre que cogía al vuelo sus ideas corroboró:
-¡Él es!
Y desde entonces don Celestino quedó con la chapa de “Mono de lampa”.
Hubo y hay en todo tiempo improvisados y negados que pretendieron ser chapistas, y entre estos había algunos muy originales como don Félix Miranda, un herrero que tenía su fragua en la calle Unión, camino a San Isidro. Era don Félix un tipo bajo, robusto, de complexión casi cuadrada, barba hirsuta, pelo cano, corto y desordenado, nariz corta y ganchuda sobre la cual cabalgaban precariamente enormes y gruesos anteojos.
Subían una tarde con andar de buey cansino por esa calle y don Félix les salió al paso:
-Gringo, gringo, ¿qué te parece la chapa que te he puesto?
-¿Cuál es?
-Gallo carioco que lo han traído de España, lo han llevado a Llanguat , lo han amarrado bajo su rocoto de don Arsecio Oblitas, allí le ha dado el sol y está acezando…
-Muy buena, “tuco’e nido”- se limitó a contestar el gringo Agustí.

¡SOLANO OYARCE, DEVUELVE LA CALLE QUE LE ROBASTE A CELENDIN!


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Creo que solo quienes hemos conocido directamente en las calles del pueblo a los personajes aludidos, disfrutamos del humor de los apodos.

E. Aliaga dijo...

Me encanta leerlos, sobre todo por que mi familia proviene de Celendin, de Lucas Aliaga Villegas, tendrán información de el?

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