miércoles, 27 de junio de 2012

OPINIÓN: La sotana del diablo

Por Crispín Piritaño
Celendín
Hemos escuchado las expresiones hepáticas del cardenal Juan Luis Cipriani sobre el proyecto Conga y el papel de sus dirigentes en la defensa de Cajamarca y no nos sorprenden las opiniones de este torvo y sombrío personaje, aliado conocido del fujimontescinismo, de la dictadura a la que sirvió y de la que se sirvió hasta hacerse cardenal, quien una vez más utiliza el púlpito para sorprender al pueblo con sus interesadas opiniones sobre la coyuntura nacional.
Cipriani muy suelto de huesos acusa a los opositores a Yanacocha, dirigentes y pueblo en general, de ser intransigentes y de estar mintiendo a la población. La pregunta que surge es: ¿el cardenal, es, o se hace? ¿Quién es el intransigente y mentiroso, el pueblo o Yanacocha, los dirigentes cajamarquinos o el premier Valdés y Ollanta Humala?
Pero lo que colma el cáliz del cinismo es su sesgada opinión sobre el sacerdote Marco Arana: “Se ha hecho famoso siendo padre y ahora ha fabricado un partido político, ha traicionado su vocación (…) Que Dios lo perdone, pero el daño que está haciendo es grande”. Miren quién habla de los métodos de cómo hacerse famoso: el que metió micrófonos y chips delatores, sacó planos de la embajada de Japón en el Perú, traicionando a los guerrilleros del MRTA y entregándolos a la muerte. El mismo que después del asalto montó un show mediático, vertió lágrimas de cocodrilo aduciendo que se sintió burlado  y utilizado como un garante títere por su amigo Fujimori.

Las "sabias" palabras de un purpurado intrigante y atrabiliario.
El que se hizo famoso también antes, cuando era obispo de Ayacucho y guardó silencio frente a los excesos y crímenes que se cometían en esa región, especialmente en el cuartel de Los Cabitos, durante el conflicto interno. Su calaña y actuación en ese periodo quedaron plasmadas para siempre, con letras imborrables, en el letrero que puso en su despacho: "Aquí no se reciben denuncias sobre DDHH". Los que ratificó más tarde en su célebre declaración a la revista Caretas: “los derechos humanos, esa cojudez”. Los poquísimos defensores que tiene este cura atrabiliario adujeron entonces que lo que dijo no es lo que él piensa sino que la iglesia es quien le escribe los libretos. Esta tontería confunde iglesia con el Opus Dei, la cofradía fascista que se ha encumbrado en el poder en el Vaticano..., y en el Perú.
Cipriani, quien se supone no le "hace daño" a la fe ni a Dios, saltó últimamente a las primeras planas de los medios mostrando sus apetitos de riqueza y su codicia al pretender el control material de la Universidad Católica, así como la administración de los bienes de la herencia de Riva Agüero, creyendo que todavía vive en el régimen corrupto de Fujimori, en donde magistrados venales le daban la razón, sistemáticamente, a todos los cómplices de la dictadura. Lamentablemente para su ambición, el cuerpo profesoral y los estudiantes de ese claustro universitario han rechazado enfáticamente sus pretensiones, acusándolo por lo demás de utilizar su cargo eclesiástico para intentar influir en los medios en función de sus intereses políticos, ideológicos y económicos.
Así las cosas, la pregunta que el pueblo se hace, frente a las manipulaciones del torvo purpurado fascista, es: ¿Quién le hace realmente un daño grande al Perú: el intrigante Cipriani o el ecologista y valiente Marco Arana? ¿A cuál de los dos perdonará Dios?

¡FUERA YANACOCHA DE CELENDIN! ¡CONGA NO VA, Y NO VA!

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